Desde hace seis años, Elizabeth Rodríguez busca a su hija Juliana Campoverde que desapareció en el sur de Quito. Un pastor evangélico es el principal implicado en el caso, que ha pasado por once fiscales en una cadena de negligencia, indolencia y retardos de motivaciones religiosas.
La madrugada del 5 de septiembre de 2018, el pastor evangélico Jonathan Carrillo fue detenido por la desaparición de Juliana Campoverde, que sucedió hace más de seis años. Hacía un mes, su casa —en el centro norte de Quito— fue allanada por orden de un juez penal. Entre sus cosas, encontraron un registro de llamadas hechas desde su celular. Según la fiscal Mayra Soria, el documento probaba que la última llamada del número celular de Juliana no se hizo desde su teléfono: poco antes de las ocho de la noche del 7 de julio del 2012 —el día de su desaparición— el pastor habría sacado la tarjeta SIM del celular de Juliana, la habría puesto en el suyo y marcado al buzón de voz.
Para la Fiscalía, ese era el “último eslabón” que vinculaba al pastor Jonathan con la desaparición de Juliana. Tras la detención del pastor, la fiscalía le formuló cargos por secuestro extorsivo y pidió su prisión preventiva. El juez Roberto Carlos Cueva acogió los argumentos. Desde el miércoles 5 de septiembre, cumple prisión preventiva. Él y su familia rechazan los cargos, y dicen que es producto de una persecución contra el clérigo.
El registro de llamadas que produjo la detención del pastor podría haberse encontrado hace 6 años. “Es clara evidencia que en la misma triangulación de llamadas que yo pedía a la primera fiscal y después de 6 años vuelvan a hacer lo mismo, es clara evidencia que los fiscales anteriores fueron tan ineptos” dice Elizabeth Rodríguez, madre de Juliana. “Fue una investigación tan ineficaz y, sobre todo, los fiscales fueron tan indolentes que ni siquiera les interesó la desaparición de mi hija”. Para Rodríguez, si los primeros once fiscales por los que pasó el caso en este tiempo hubiesen sido mucho más diligentes, hace mucho sabría ya qué pasó con Juliana.
La historia de la desaparición de Juliana comenzó la mañana de un sábado en el sector conocido como la Biloxi, al sur de Quito. Ese día, ella y su madre, Elizabeth, se alistaron para ir a sus trabajos: cada una tenía un local donde vendían productos naturistas. Juliana —18 años, pelo castaño lacio y ojos café— guardó las llaves de su local, su celular, algo de dinero y su Biblia en un bolso a cuadros. Se puso una chompa deportiva fucsia sobre la blusa gris y —junto a su madre y uno de sus hermanos menores— salió de casa. Caminaron cuesta abajo por su barrio hacia la avenida Mariscal Sucre, a 20 minutos de distancia.
En el camino, Juliana le contó a su madre cómo sería su día: ir al trabajo hasta la tarde y por la noche encontrarse con Fabián, su novio con quién había vuelto un mes atrás. En el camino se toparon con Jonathan el pastor de la iglesia evangélica a la que iban. Saludaron de lejos. A Elizabeth le pareció raro verlo ahí tan temprano porque la iglesia estaba cerrada y él vivía en el centro norte de Quito.
“Yo le vi a mi hija que se puso bien triste y a él como nervioso” recuerda Elizabeth. La tensión al momento de saludar con el pastor se debía a que, un mes y medio antes, Juliana y su familia dejaron de ir a la iglesia. Su relación no terminó bien.
Desde que Juliana tenía 10 años, ella y su familia asistían al templo que quedaba muy cerca de su casa en el sector de la Biloxi. Desde su inicio —en el 2000— la iglesia es manejada por la familia Carrillo. Juliana participaba mucho en las actividades de la comunidad: era parte del coro, nunca faltaba a las reuniones y a las charlas para jóvenes dictadas por el pastor Jonathan. Como era con quien más contacto tenía, con el tiempo él y su esposa, Andrea, se convirtieron en sus confidentes, sus consejeros, sus amigos.
Elizabeth dice que su hija iba a todos lados con ellos y los hermanos de Jonathan: de paseo al Cotopaxi, a comer, preparaban los agasajos navideños de la iglesia, chateaban por mensajes.
“Para ella las palabras de los pastores era como ser palabra de Dios y los honraba tanto a ellos”, dice Elizabeth mientras ve una por una las fotos de su hija.
Los pastores tenían control sobre sus feligreses. Elizabeth recuerda que antes de tomar cualquier decisión —sea un proyecto, emprendimiento o viaje— siempre debían ir donde el pastor Patricio, padre de Jonathan, para pedirle autorización. Cuando no entregaban el diezmo, los pastores llamaban a presionar, o los visitaban en su trabajo diciéndoles que si no lo hacían las bendiciones no llegarían. Cuando se enteraban de algo —un viaje o un nuevo empleo— los llamaban a preguntar por qué no se lo habían contado.
Juliana comenzó a sentirse incómoda cuando los pastores quisieron usar su autoridad para decirle quién debía ser su pareja. Más o menos cuando tenía 16 años, ella comenzó a salir con un chico, sin decirle a sus pastores. Cuando se enteraron, la expulsaron del coro de la iglesia como penitencia. Según el pastor Jonathan, lo que Juliana recibió fue “un tiempo de descanso para que ella pueda estabilizarse”. Elizabeth recuerda que su hija lloraba mucho: sentía que le había fallado a su pastor y a su iglesia.
Pasaron unos meses y la volvieron a integrar al coro y a la alabanza. En la misma época, Juliana conoció a Claudio, y se hicieron novios. Asustada por la reacción previa de sus pastores, otra vez no les contó nada. Cuando ellos se enteraron que Juliana tenía una nueva relación, a escondidas de ellos, la volvieron a castigar: la sacaron de la alabanza y el coro para que rectificara, según dijo en su versión el pastor Jonathan, porque pertenecía a la iglesia y debía “dar buen ejemplo”.
Cuando Claudio fue llamado a rendir versión, en el 2013, dijo que su relación terminó porque los pastores Jonathan y Patricio se opusieron. Dijo que Juliana “era cuidada con mucho celo por la familia” y que “Juliana sentía un temor reverencial ante el pastor Jonathan”. Después de esto, Juliana se alejó un poco del pastor Jonathan y dejó de buscar su consejo.
En diciembre de 2011 Juliana recibió una solicitud de amistad en Facebook de alguien que se identificó como el pastor psicólogo Juan Solano. Ella la aceptó, y comenzaron a conversar. Según el registro de esa conversación, que fue obtenido por su madre, Solano le hacía preguntas sobre sus novios, si había tenido relaciones sexuales, sobre sus planes a futuro. Según su madre, cuando Juliana le dijo que quería irse a estudiar a Argentina, él le convenció de lo contrario. Le dijo que si se iba, perdería tiempo con su familia y sus amigos: “hay sacrificios que es mejor no vivir”, le dijo. “Cuidado te puedes quemar”.
El pastor Solano le dijo que tenía una esposa que murió y que se llamaba igual que ella: July. Le hacía preguntas sobre el pastor Jonathan y sobre las razones por las que se alejó de él. Cuando le contó el problema que tuvo por tener novio, Solano justificó a Jonathan diciendo que él reaccionó así porque es como “un león herido” que “daría su vida por sus ovejas”. Juliana le agradecía por los consejos y le decía que Dios lo había puesto en su camino para ayudarla. Pero en un mensaje Juliana le dijo a Solano:
“Te pareces mucho a Jonathan”
Un día, Juliana recibió un mensaje de Solano que cambiaría todo para ella. Le dijo que Dios le reveló que ella debía casarse con el hermano de su pastor Jonathan. Cuando Juliana fue a conversar con Jonathan y le contó esto, él dijo que iba a orar para ver si era verdad. Le confirmó que sí, que esa era la voluntad divina. Y aunque Juliana no quería, porque estaba enamorada de un joven llamado Fabián, los escuchó. Según la versión dada por Fabián en la Fiscalía, ella le dijo llorando que “en la iglesia han tenido una revelación, que tiene que casarse con alguien y que ella no puede desobedecer a Dios”. Dejaron de verse en diciembre del 2011.
Los pastores la presionaban para que se case con Israel. Le decían que salga con él y se den una oportunidad. Pero, según su madre, ella no estaba feliz ni convencida, no entendía por qué Dios le pedía algo que ella no quería. Cuando Juliana le contó sus dudas a Jonathan en una conversación por Facebook, él le dijo que el problema era que que ella no asumía “con seriedad tu rol en este asunto”. Ella le respondió que trabajaría en ello. Como para cerciorarse, le preguntó cuál era ese rol. Ella le contestó:
“hija obediente, ser esposa de Israel, lo que él tiene para mí”.
A pesar de la presión, Juliana intentó pedirle permiso a Jonathan para que Fabián sea su novio. Según Elizabeth, él le dijo que no porque era mayor que ella y no pertenecía a la iglesia. Entre enero y febrero de 2012, Juliana sufrió mucho: trataba de obedecer lo que Dios quería pero seguía enamorada de Fabián. Elizabeth dice que llegaba a su casa por las noches y la escuchaba llorar. Cuando le preguntaba qué ocurría, ella respondía que nada. Hasta que un día no pudo más con el peso del designio divino y le contó a su madre lo que pasaba.
“Yo le recuerdo tanto que ella se hacía para atrás y decía ‘no, mami, yo no me quiero casar, yo no me quiero casar’.” cuenta Elizabeth. “Pero yo le decía: mija nadie te está obligando a que te cases, nadie te puede obligar a que te cases, lo que tenemos que hacer es salirnos de esa iglesia”.
Eso hicieron en junio de 2012, más o menos un mes antes de que Juliana desapareciera.
El 7 de julio, de 2012, después de encontrarse en la calle con el pastor Jonathan, Elizabeth y Juliana continuaron su camino hacia la gasolinera que está en la intersección de las avenidas Mariscal Sucre y Ajaví. Eran las 9 de la mañana. Juliana tenía que caminar cinco cuadras para ir a su local y Elizabeth tenía que tomar un bus. Juliana le dio un beso en la frente a su mamá:
—Me dijo chao mami nos vemos en la tarde. Le di la bendición… y ella se fue, cruzó la calle y se fue.
Nunca más vería a su hija.
Veinte minutos más tarde, Elizabeth recibió una llamada de su marido preguntando por Juliana. “Me dijo que la llamó y que escuchó a niños jugando con el teléfono y a un señor que decía que dejen el teléfono que no es de ellos” dice Elizabeth. Ella llamó a Fabián, el novio de Juliana, y le preguntó por su hija. Él le dijo que no estaba con ella, que la vería en la noche.
“Para mí fue como que me botaron un balde de agua fría”, dice mientras sostiene con las dos manos el volante de búsqueda de su hija.
Eran los primeros minutos de 6 años de dolor, búsqueda e indolencia de un Estado que no supo responder a tiempo.
Elizabeth comenzó a llamar a todos los hospitales, a las clínicas, los amigos de la iglesia, pero nadie la había visto. Llamó al pastor Jonathan pero no le contestó el teléfono. La buscaron por el barrio, fueron a los hospitales, pensaron que tal vez tuvo un accidente y no la identificaron. No había indicios de que eso hubiera ocurrido en el barrio.
En la tarde fue a la Policía para poner la denuncia de desaparición pero le dijeron que tenía que esperar 48 horas. Elizabeth les insistió que por favor la ayudasen. Le contestaron con baldadas de frialdad:
— Se debe haber ido de farra.
— Debe estar embarazada, y va a aparecer otra vez en 8 meses.
— Se debe haber ido con el enamorado, espérele nomás.
Siguió buscando por donde podía. Llamaba sin parar al celular de Juliana. No había respuestas.
A las 8 de la noche recibió un mensaje del teléfono de su hija:
“conocí a una persona y me voy con él en cuanto pueda te hago llegar las cosas del local”.
Elizabeth estaba con Fabián, le enseñó el mensaje y le dijo “no es mi hija la que escribe y él me dice sí, ella no es”. Fueron a una Unidad de Policía Comunitaria (UPC) en el Sur de Quito, donde les dijeron que no le podían recibir la denuncia porque estaba claro que Juliana le decía que se había ido, voluntariamente, con alguien. Elizabeth les insistía que no era su hija. La Policía le respondía lo mismo: que espere. Regresó a su casa y se puso a buscar en el cuarto de Juliana a ver si había una nota, un mensaje, algo que le ayudaría a dar con el paradero de su hija. Nada.
A la mañana siguiente, fueron al local de Juliana y encontraron que todo estaba intacto: las uvas que compró el viernes, el dinero de la venta de ese día. Con Fabián y su marido, Elizabeth fue a la Policía Judicial para que les reciban la denuncia pero le respondieron lo mismo que en la UPC: seguramente se fue con el novio. Ella les dijo que el novio estaba ahí y le respondieron que “seguramente tenía otro”.
Ante la insistencia de Elizabeth, le recibieron la denuncia pero de nada sirvió: recién le podían asignar un fiscal el lunes. Intentó ir a los medios de comunicación a que la ayuden a correr la palabra de que su hija estaba desaparecida pero tampoco la escucharon.
“Lo más duro fue cuando mi familia me dijo que teníamos que sacar afiches y empezar a pegar”, dice Elizabeth entre sollozos. “Hasta ahí yo no creía que mi hija estaba desaparecida”.
Mientras ella y su familia pegaban los volantes por la Biloxi, un policía le dijo que había cámaras en el sector, que vaya al Regimiento Quito para ver la grabación. Elizabeth fue, la dejaron pasar solo a ella y su hermana Margoth se quedó afuera. Mientras la esperaba, Margoth llamó al pastor Patricio, el padre de Jonathan, a contarle que Juliana había desaparecido y él le contestó: “eso yo ya sabía, era ya visto lo que iba a pasar, para qué se van de la iglesia”. Le preguntó que dónde estaban y fue al regimiento Quito. Patricio le dijo que para qué la buscan en las cámaras que deberían ir a Cuenca, a las fronteras, a Ambato a buscar a Juliana. En la versión que rindió en la Fiscalía, Margoth dijo que parecía que Patricio quería impedir que estén ahí y que vean las cámaras. Cuando ella le preguntó qué hacía ahí si no parecía que quería ayudarlas, él le respondió: “¿Qué está dudando de mí? Si quieren llevarme a la cárcel, de una vez llévenme”.
Cuando Elizabeth salió del regimiento, no encontró nada en las grabaciones. No durmió la noche anterior buscando pistas de su hija, estaba agobiada y confundida. “Para mí todas podían ser mi hija”, dijo.
Llegó el lunes y la fiscal le asignó un agente para su caso y mientras le contaban lo que había sucedido, Margoth recibió una llamada del pastor Patricio. Le dijo que había orado tanto que en 20 o 30 minutos tendrían noticias de Juliana.
Enseguida le llegó un mensaje de texto a Elizabeth que decía: ‘estoy bien, estoy en Cuenca, en cuanto sepa la dirección les aviso, no tengo Internet’. El agente les aconsejó que le respondan y le digan que la están buscando con la Policía. El agente no sugirió hacer una triangulación de llamadas para ver de dónde salía el mensaje. Llamaron al celular pero estaba apagado. Nunca más recibieron un mensaje desde el celular de Juliana. Elizabeth se pregunta cómo el pastor pudo predecir algo como esto.
Esa misma tarde la hija del pastor Jonathan, Michelle, llamó a Elizabeth y le dijo que su hija había publicado un estado en Facebook. Decía: “gracias amigos por sus preocupaciones, tomé mis propias decisiones y quiero que las respeten, no se metan en mi vida”. Elizabeth dice que no creía —que estaba segura— que no era ella. Seguía sin entender por qué toda la información de su hija venía de esa familia.
En la noche, intentó meterse a la cuenta de Facebook de su hija con la contraseña que estaba guardada en la computadora pero no servía. La habían cambiado. Un amigo de Fabián los ayudó a irrumpir en la cuenta y encontraron la conversación con Juan Solano.
Los últimos mensajes que él le envió tenían un mes de antigüedad. Juliana no los había respondido. Eso aterrorizó a Elizabeth. Solano le decía que no se salga de la iglesia, que ella pertenece ahí, que su mamá estaba siendo egoísta, que “la gente que se va de la iglesia muere”, que su corazón la estaba “llevando por el error más grande”, y que ella y Fabián destruyeron “lo que estaba preparado” para ella. Todas estas palabras, la forma de hablar, y los mensajes más antiguos le parecían a Elizabeth similares a los que Jonathan le mandaba a su hija. Pero lo que más le preocupó a Elizabeth es un proverbio que le mandó Solano a Juliana diciendo: “Entonces me llamarán, y no responderé; Me buscarán de mañana, y no me hallarán. Por cuanto aborrecieron la sabiduría, Y no escogieron el temor de Jehová”. Para Elizabeth esa era una amenaza.
Al día siguiente, el 11 de julio, llevó todos los mensajes a la fiscal y pidió que se solicite el registro de llamadas del celular de su hija, que se busque cuál era la dirección IP desde donde salían los mensajes y la última publicación de su hija. Además, como comenzó a sospechar de los pastores, en especial de Jonathan y Patricio, pidió que se los llame a rendir versión. La fiscal aceptó.
Cuando la familia del pastor fue a rendir versión hablaron mal de Juliana y su madre diciendo que eran problemáticas, que tenían muchos conflictos en casa. Sobre Juliana decían que tenía malas amistades. Jonathan dijo que ese día estaba por el barrio porque fue a limpiar la iglesia y que después fue a la casa de su padre y pasó el día ahí. Más tarde cambió su versión y dijo que ese día se fue a trabajar al Instituto Nacional de la Meritocracia, donde era ingeniero en sistemas.
La primera Fiscal, la que tomó la versión de la familia, decidió no continuar con la investigación. Le dijo a Elizabeth que ella también era evangélica, que para investigarlos debía pedir permiso a su pastor pero que seguramente ellos no eran culpables porque son pastores. Lo que la fiscal Soria llamó el ‘eslabón’ estaba en la investigación “desde el cuerpo 1 de la investigación pero justamente por la renuencia de esta fiscal de investigar a estos pastores, no se pidió el registro de llamadas de ellos a tiempo”, explica el abogado de Elizabeth, Daniel Véjar. Elizabeth pidió que la cambien. Con el nuevo fiscal, la investigación tampoco avanzó rápidamente.
Un mes más tarde, el 14 de agosto, Jonathan fue a fiscalía a rendir su versión. Dijo que el nueve de julio por la tarde Juliana se acercó a su oficina en el Instituto de la Meritocracia de forma sorpresiva y le dijo que estaba bien, con unos amigos. Dijo que le pidió que, como pastor, guardara el sigilo de consejería —algo que, según el abogado Véjar y la fiscal Soria no existe en la religión evangélica sino solo en católica— de que ella había aparecido. Dijo que Juliana le pidió utilizar su computador para publicar un estado en Facebook, y que le prometió que regresaría a casa.
Además, confesó que él creó el perfil ficticio de Juan Solano para “aconsejarle o sugerirle cambios positivos en su vida” porque veía que Juliana estaba pasando por lo que llamó “múltiples problemas”. Terminó diciendo que él nunca obligó a Juliana a casarse con su hermano sino que le sugería que lo conociera para ver si podrían tener “una relación más seria”. Cuando se le preguntó si utilizaba esta técnica de consejería con alguien más en la iglesia, dijo que no. Para Elizabeth, los mensajes que él le mandó desde la cuenta de Solano eran amenazantes y manipuladores.
Pasaron dos años hasta que Elizabeth consiguió la dirección IP de los mensajes que tanto había pedido. Venían del computador de Jonathan. Este documento y la presión de la abogada de Elizabeth, abrió camino para continuar con una investigación que de hacerse bien desde el comienzo, no hubiera demorado tanto.
“No tenían ni idea cómo buscar personas. Fuimos nosotros los que fuimos recabando la información”, dice Elizabeth.
Este es el principal problema para los familiares de los desaparecidos: la falta de capacitación y de protocolo para la búsqueda de personas. El abogado de la fundación Regional de Asesoría en Derechos Humanos (INREDH), Daniel Véjar, está a cargo del caso de Juliana y trabaja en más casos de personas desaparecidas en Ecuador.
Él explica que, cuando una persona desaparece, el problema es que no existe un proceso para su búsqueda. Como la desaparición no es un delito en Ecuador, su búsqueda es considerada una actuación administrativa. “Solo está contemplado en el estatuto orgánico por procesos de la fiscalía general en donde dice que se abrirán actuaciones administrativas en ciertos casos como autos perdidos, y personas desaparecidas”, explica Véjar.
Esta falta de normativa ha afectado a más de un caso en el proceso de investigación. El presidente de la Asociación de Familiares y Amigos de Personas Desaparecidas en Ecuador (Asfadec), Telmo Pacheco, dice que “en todos los casos es así: los fiscales son cambiados a cada rato y eso significa que debe volver a estudiar el caso, por eso existen tantos cuerpos y expedientes para cada caso”.
Además de esta rotación constante, los fiscales asignados no tienen una especialidad en personas desaparecidas y no saben qué hacer. “Muchas veces nos preguntan a nosotros qué queremos que hagan, y es que en todos los casos las pruebas que se encuentran es porque hemos tenido que estar molestando para que se haga algo”, dice Pacheco. Su hijo desapareció hace seis años y medio y desde entonces lo sigue buscando, presionando a la fiscalía, pidiendo audiencias en la Presidencia, en los ministerios, para que este proceso defectuoso cambie.
Gracias a la presión de Asfadec, en el 2014, el Estado creó la Dirección Nacional De Delitos Contra La Vida, Muertes Violentas, Desapariciones, Extorsión y Secuestros (Dinased) y la Fiscalía especializada de desaparecidos que solo existe en la provincia de Pichincha. Y aunque marcó un precedente, y es más ordenado que antes, Pacheco dice que no es suficiente. Dice que los funcionarios asignados a estas áreas le han dicho que no reciben capacitación suficiente y que no saben bien cuál es el protocolo. Además, en las otras provincias siguen asignando a cualquier fiscal sin experiencia en búsqueda de personas. Según Pacheco, le han prometido crear más unidades a nivel nacional, pero esa promesa no se ha cumplido hasta ahora.
Para él los principales obstáculos son la rotación de fiscales, la falta de especialidad y de empatía, la demora en la reconstrucción de los hechos, la indolencia de los funcionarios, que no existan cifras claras de cuántas personas están desaparecidas —él dice que hay más de 4 mil casos abiertos. Dice que ahora sigue siendo igual de difícil y complicado que hace seis años. Los miembros de Asfadec quisieran que capaciten mejor a los agentes, que se pida ayuda internacional, que existan soluciones más puntuales. “Quisiera que sintieran un poquito el dolor que uno vive y que con algo como esto una familia se destroza”, dice Pacheco. “Esto debe cambiar porque el Estado es el encargado de dar seguridad a todos pero nada ha cambiado, lo único son promesas que hacen y si uno quiere que se haga algo, tiene que seguir insistiendo”. Como Elizabeth, que nunca dejó de estar atrás de Fiscalía para encontrar a su hija.
En el caso de Juliana, los agentes y los fiscales se demoraron demasiado en continuar con la investigación. Recién a los dos años se realizó una reconstrucción de los hechos, una búsqueda de Juliana por el sur, por el valle de Quito, por una quebrada, por Guangopolo —porque por ahí trabajaba el pastor Patricio—, y por los alrededores de la casa de Jonathan. No se encontró nada.
“Yo decía qué hacemos aquí, como si después de tantos años mi hija fuera a estar en las orillas”, dice Elizabeth. En el 2014, se hizo un primer allanamiento a la casa del pastor Jonathan en el que se llevaron celulares y computadoras. En ella, habrían encontrado muchísima pornografía, y fotos y videos de Juliana y otras chicas de la iglesia. Recién a los tres años se hizo la reconstrucción en el Instituto Nacional de Meritocracia para comprobar si es que ella realmente había ido a ver al pastor en su trabajo: no hay registro en el libro de visitas de que Juliana haya ido ese día, y el compañero de trabajo del pastor no recuerda haberla visto. También descubrieron que su registro de entrada y de salida del trabajo el día en que Juliana desapareció estaba adulterado.
Rodríguez se pregunta si el paradero de su hija se habría descubierto si todas estas diligencias investigativas se hubiesen hecho cuando Juliana recién desapareció. “Ahora sé que los primeros días eran estratégicos para dar con el paradero de mi hija”, escribió en la Línea de Fuego contando su experiencia.
En los 6 años de investigación, el caso de Juliana fue manejado por 11 fiscales, 8 agentes y se crearon 90 expedientes legales. Cada cierto tiempo, los fiscales rotaban porque, al ser una actuación administrativa, no había un solo encargado. Había veces, como en el caso de la primera fiscal que era evangélica, que la familia pedía un cambio porque la investigación no avanzaba. Durante todo ese tiempo se dieron algunos pasos que les permitían tener pruebas indirectas que, según Rodríguez, apuntaban al pastor Jonathan, pero nada que lo vincule directamente.
En el estudio criminológico de 2013, el perito psicológico dice que cuando Jonathan hablaba sobre la desaparición de Juliana se mostraba nervioso. Según el informe, él “expresa incomodidad, trata de aparentar espontaneidad y soltura” pero que se “observa claramente la tensión emocional manifestada” con el temblor de las manos y la mandíbula, los tics en la boca, y su manera de evitar el contacto visual. Además, según el informe, el pastor se contradecía: en una versión describía a Juliana como hija de una familia disfuncional, en otra como “una joven tranquila y constante en la iglesia”.
En el “perfil criminal de un presunto agresor” hecho por el mismo perito, dice que Jonathan es una persona frustrada o molesta por las decisiones de Juliana, que tiene una visión machista sobre la mujer, y que es una persona con pensamiento obsesivos. En su conclusión, el perito dice que el pastor Jonathan —valiéndose de sus creencias— “ha instrumentalizado sobre Juliana Campoverde una serie de actos similares a los que utiliza cualquier secta coercitiva” como son aislarla del mundo ajeno a la iglesia, negarle la privacidad y producirle temor. Finalmente, dice que es altamente probable que Juliana esté “retenida por la fuerza en un lugar desconocido o ha sido asesinada”. En cualquiera de los dos escenarios, decía el perito hace 5 años, estaría relacionado el pastor Jonathan.
El penúltimo fiscal que tuvo el caso de Juliana le dijo a Elizabeth que no podía continuar con la investigación porque no había un cadáver. Entonces, en enero de 2018 Elizabeth pidió otro cambio de fiscal. Ahí llegó a manos de la fiscal especializada en género Mayra Soria. “Si bien se han denunciado varias irregularidades de los fiscales por la falta de empatía hacia la familia, la investigación en este último tiempo ha avanzado bastante y se han corregido varias cosas que la fiscal se ha dado cuenta de lo que ha sucedido con la investigación”, dice el abogado Véjar.
Soria pidió a la telefónica Claro el registro, pero la operadora ya no la tenía porque el sistema borra la información después de cierto tiempo. Entonces pidió una nueva orden de allanamiento a la casa del pastor Jonathan. Ahí encontraron en una carpeta la prueba que llevó a la formulación de cargos: el pastor había pedido el registro de llamadas de su celular en el 2012. En el documento constan los números a los que llamó en esa época, los días, las horas, la duración de cada llamada. También especificaba el IMEI —un número único que tiene cada equipo telefónico— del teléfono que tenía en ese entonces.
La fiscal Soria envió ese documento a Claro para certificar que el IMEI era de un equipo celular de Jonathan y que los datos eran correctos. Claro le contestó afirmativamente. Con esta información, Soria utilizó el registro de llamadas del celular de Juliana y comprobó que la última llamada que se hizo desde su número de teléfono a las 19:50 del día en que desapareció provenía del IMEI del pastor Jonathan.
El 5 de septiembre de 2018, después de 6 años y 2 meses de la desaparición de Juliana, Jonathan fue detenido. Lo llevaron a la unidad de Flagrancia de Quito. Ahí, a las 10 de la mañana, en la planta baja del edificio estaba la familia del pastor y la familia de Juliana.
En la parte de la izquierda, estaba Elizabeth con el papá de Juliana, Absalón Campoverde, esperando a que el pastor termine de rendir su versión. En el lado opuesto, a la derecha de la planta baja estaba el papá de Jonathan, sus dos hermanas, esposa, suegros y cuñado.
El padre de Jonathan, el pastor Patricio, parecía ser el más inquieto. Estaba vestido con un terno color crema y una camisa blanca y caminaba de un lado al otro con las manos atrás de la espalda. Pero no salía de su lado de la planta baja. De vez en cuando se detenía para cruzar palabras con sus familiares o ver el reloj. En un momento, se detuvo y fijó la vista en Elizabeth que estaba al otro lado. Elizabeth se dio cuenta, “nos está viendo”, dijo. Y fijó su mirada, no se movió de ahí hasta que él se fuera primero. Tenía el mentón alzado, la boca cerrada y ajustada. Se veía desafiante, valiente.
Le pedí al pastor Patricio una entrevista. Me dijo que debían esperar a que salga el abogado y lo autorice. No tuve respuesta. Les mandé un correo y mensajes por Facebook pero no me contestaron.
En el piso superior, el pastor Jonathan estaba siendo interrogado por la fiscal Mayra Soria. Cuando le preguntó por qué la tarjeta SIM de Juliana registra en el IMEI de su equipo, él respondió “desconozco”. Dijo que él estaba a las 8 de la noche en su trabajo, en el Instituto Nacional de Meritocracia. La fiscal le preguntó por Juan Solano, por la iglesia, por su relación con Juliana. El cuestionario tenía 98 preguntas y sus respuestas tenía “ambivalencias y contradicciones que no esclarece ningún tipo de justificación lógica para que el teléfono de la desaparecida esté o haya estado en poder” dijo la fiscal Soria. Su versión duró casi 4 horas.
Ese mismo día, hubo una audiencia de formulación de cargos contra el pastor Jonathan. Solo pudieron entrar pocas personas de cada lado: el pastor Patricio, Elizabeth, la esposa de Jonathan, Absalón, los abogados. Los demás que estaban apoyando se quedaron afuera. Los familiares de Jonathan gritaban cosas como “ah ahora sí viene el súper papá” refiriéndose a Absalón y diciendo que él y Elizabeth “nunca fueron a la iglesia”. La audiencia duró un poco más de 2 horas. Los que se quedaron afuera estaban sentados, callados, otra vez a la espera.
Cuando terminó, la fiscal Soria regresó a ver a Elizabeth antes de salir del edificio de Flagrancia y le susurró algo. Las dos salieron sin regresar a ver a nadie, directo a la avenida seguidas por los abogados. “Prisión preventiva”, dijo el abogado Daniel Véjar a los que se quedaron afuera. Elizabeth se detuvo unos metros más lejos de la unidad de Flagrancia y todos se acercaron a abrazarla. Ella sonreía a medias mientras agradecía a los abogados y a los que la acompañaban.
En una rueda de prensa, la fiscal Mayra Soria informó sus hallazgos. Dijo que con el eslabón que faltaba pidieron prisión preventiva para continuar con la investigación. “Es el último eslabón pero es un eslabón contundente que no da pie a duda de la participación del señor Jonathan C. en esta presunta desaparición”, dijo Soria.
El pastor Jonathan fue acusado por secuestro extorsivo. La fiscal dijo que la Fiscalía “está imputando que el señor Jonathan C. mantiene oculta en algún lugar el paradero y el cuerpo de la señorita Juliana”. En los próximos 90 días, la fiscal Soria dirigirá una investigación más profunda para dar con el paradero de Juliana.Mientras la fiscal daba los resultados de la audiencia de formulación de cargos, Elizabeth y Absalón estaban serios. Los dos sostenían el volante fucsia de la búsqueda Juliana, mirando fijamente al frente. “Seis años en absoluta oscuridad”, dijo Absalón. Agradeció a la fiscal Soria y a la policía por su gestión y dijo que nunca dudaron de su trabajo, que le gustaría decir lo mismo de los once fiscales anteriores que tuvieron el caso de Juliana pero que “cuando les tocaba afrontar huyeron cobardemente”. Pidió a los medios de comunicación que no los abandonen en lo que falta de la lucha porque este era solo el primer paso.
Elizabeth habló. “Son 2,249 días que yo estoy sin Juliana y espero dar con el paradero de mi hija”. La rueda de prensa se terminó, los medios se retiraron. Elizabeth no soltaba el panfleto fucsia de sus manos. “Que haya una persona detenida no cambia nada”, me dijo por teléfono después de la audiencia. “El dolor está ahí, la tristeza sigue como que peor porque sigue faltando mi hija pero por más dura y difícil que sea la verdad voy a seguir luchando hasta que mi hija aparezca.”
Fuente: GK
Fuente: El Comercio