Con ocasión del Jubileo de los sacerdotes, el papa Francisco dirigió este jueves un retiro espiritual para los 6.000 presbíteros y seminaristas reunidos en Roma (Italia), a quienes invitó a "no olvidar su condición de pecadores para poder experimentar y transmitir la misericordia de Dios, así como buscar refugio en el manto de la Virgen María cuando llegan los tiempos turbulentos."

VATICANO, 02 Jun. 16.- El obispo de Roma dirigió tres meditaciones a los sacerdotes congregados en las basílicas papales de San Juan de Letrán, Santa María la Mayor y San Pablo Extramuros, que fueron seguidas a través de la televisión e internet, convirtiéndose de esta manera en el primer retiro del Pontífice en ser televisado en vivo.

Primera meditación

En la basílica de San Juan de Letrán, el papa Francisco compartió tres sugerencias para la oración personal de este día, basadas en consejos de San Ignacio de Loyola y que parten del dar gracias a Dios por su misericordia.

“La última sugerencia va por el lado del fruto de los ejercicios (espirituales de San Ignacio), es decir de la gracia que tenemos que pedir y que es, directamente, la de convertirnos en sacerdotes más misericordiados y más misericordiosos”, señaló.

Así, en su primera meditación, el Papa reflexionó sobre la parábola “del Padre misericordioso”, y que se basa en la parábola del Hijo Pródigo, para señalar que así como el hijo que desperdició su herencia, “podemos vivir mucho tiempo ‘sin’ la misericordia del Señor. Es decir: podemos vivir sin hacerla consciente y sin pedirla explícitamente. Hasta que uno cae en la cuenta de que ‘todo es misericordia’ y llora con amargura no haberla aprovechado antes, siendo así que la necesitaba tanto”.

Francisco explicó que “la miseria de la que hablamos es la miseria moral, intransferible, esa donde uno toma conciencia de sí mismo como persona que, en un punto decisivo de su vida, actuó por su propia iniciativa: eligió algo y eligió mal”. “Este es el fondo que hay que tocar para sentir dolor de los pecados y para arrepentirse verdaderamente”, señaló.

Segunda meditación

Posteriormente, el Pontífice se dirigió a la basílica Santa María la Mayor para dirigir al mediodía su segunda meditación, dedicada a los “receptáculos de la misericordia”, donde reflexionó sobre las historias de conversión de los apóstoles y santos para recordar que “Dios no se cansa de perdonar” y es capaz de recrear los corazones, a pesar que los hombres “nos cansamos de pedir perdón”.

En ese sentido, Francisco recordó la conversión de Pablo. “Puede hacernos bien contemplar a otros que se dejaron recrear el corazón por la misericordia y mirar en qué ‘receptáculo’ la recibieron”, señaló.

Señaló que el futuro apóstol de los gentiles era “duro e inflexible” en “su juicio moldeado por la Ley” y que lo impulsaba a ser un perseguidor. Sin embargo, “la misericordia lo transforma de tal manera que, a la vez que se convierte en un buscador de los más alejados, de los de mentalidad pagana, por otro lado es el más comprensivo y misericordioso para con los que eran como él había sido”.

“Pedro recibe la misericordia en su presunción de hombre sensato”, señaló el Papa, y sanado “en la herida más honda que puede haber, la de negar al amigo”. “Ser sanado allí convirtió a Pedro en un Pastor misericordioso, en una piedra sólida sobre la cual siempre se puede edificar, porque es piedra débil que ha sido sanada, no piedra que en su contundencia lleva a tropezar al más débil”, afirmó Francisco.

El papa concluyó su segunda meditación reflexionando sobre María como “Madre de la misericordia”, y recordó su visita a la Basílica de Nuestra Señora de Guadalupe durante su viaje a México.

Tercera meditación

Finalmente, el obispo de Roma se dirigió a la basílica San Pablo Extramuros para predicar a las 4:00 p.m. su tercera meditación titulada “El buen olor de Cristo y la luz de su misericordia”.

Francisco abordó el sacramento de la Reconciliación. “Ahora pasamos al espacio del confesionario, donde la verdad nos hace libres”, donde el sacerdote “ejerce el ministerio del Buen Pastor que busca la oveja perdida” y se hace “signo e instrumento” del encuentro de los fieles con el Señor.

Sin embargo, advirtió que la gente “perdona a los curas muchos defectos, salvo el de estar apegados al dinero”, porque “nos hace perder la riqueza de la misericordia” y matan el ministerio al convertirlos “en un funcionario o, peor aún, en un mercenario”.

Fuente: https://youtu.be/M5EuTboD65U

Fuente: https://youtu.be/o9FbHPiapNc


Comentario:

El papa Francisco continúa tergiversando las Escrituras para atacar a quienes varias veces ha catalogado como "fundamentalistas" porque quieren "seguir la Ley" de Dios.

En esta ocasión habla de Pablo como alguien que era "duro e inflexible" porque "seguía la ley."

Esta es una indirecta para todos aquellos que van a querer aferrarse al Cuarto Mandamiento (sábado) cuando se dicte su ley dominical.

Sin embargo, Pablo no era duro e inflexible por culpa de la Ley, sino porque él se consideraba no pecador, irreprensible, ante una ley que, según él pensaba, sólo condenaba los actos. Además que él se consideraba salvo ya por el simple hecho de ser hebreo de linaje de Israel:

"Aunque yo tengo tengo también de qué confiar en la carne. Si alguno parece que tiene de qué confiar en la carne, yo más: Circundado al octavo día, del linaje de Israel, de la tribu de Benjamín, Hebreo de Hebreos; cuanto a la ley, Fariseo; cuanto al celo, perseguidor de la iglesia; cuanto a la justicia que es en la ley, irreprensible."

(Filipenses 3:4-6)

Pero cuando Pablo comprendió que la Ley condena, además de los actos, los pensamientos, deseos, malas intenciones, estado de ser, (Mateo 5:21-22, 5:27-28; Salmos 51:5; Isaías 48:8) entonces dejó de considerarse "irreprensible." Y comprendió además que Dios no justifica al hombre por sus propias obras (justicia de la ley), sino por la obediencia perfecta y perpetua de Cristo a la Ley (justicia de la fe).

"Y ser hallado en él, no teniendo mi justicia, que es por la ley, sino la que es por la fe de Cristo, la justicia que es de Dios por la fe."

(Filipenses 3:9)

Pablo no dejó de obedecer la ley al comprender la justificación por la fe. Sin embargo el papa Francisco busca tergiversar su conversión para mandar una indirecta a todos los que guardan el sábado del Cuarto Mandamiento.

Como si esto fuera poco, el obispo de Roma enseña que Pedro era el "Buen Pastor," usurpando el lugar de Cristo quien claramente dijo:

"YO SOY EL BUEN PASTOR." (Juan 10:11, 14).

Comentario Bíblico 7a, pg. 297

Pablo dice que "en cuanto a ley" - en lo que se refiere a actos externos - era "irreprensible"; pero cuando discernió el carácter espiritual de la ley, cuando se miró en el santo espejo, se vio a sí mismo pecador.

Juzgado por una norma humana, se había abstenido de pecado; pero cuando miró dentro de las profundidades de la ley de Dios, y se vio a sí mismo como Dios lo veía, se inclinó humildemente y confesó su culpa.

No se apartó del espejo ni se olvidó qué clase de hombre era, sino que experimentó verdadero arrepentimiento ante Dios y tuvo fe en nuestro Señor Jesucristo. Fue lavado, fue limpiado. Dice:

"Tampoco conociera la codicia, si la ley no dijera: No codiciarás. Mas el pecado, tomando ocasión por el mandamiento, produjo en mí toda codicia; porque sin la ley el pecado está muerto. Y yo sin la ley vivía en un tiempo: pero venido el mandamiento, el pecado revivió y yo morí." (Romanos 7:7-9)

Entonces se consideró pecador, condenado por la ley divina. Obsérvese que fue Pablo quien murió, y no la ley.

El pecado entonces apareció en su verdadero horror, y desapareció su amor propio. Se volvió humilde. Ya no se atribuyó más bondad y mérito a sí mismo. Dejó de tener más alto concepto de sí mismo que el que debía tener (Romanos 12:3), y atribuyó toda gloria a Dios.

No tuvo más ambición de grandezas. Dejó de desear venganza, y no fue más sensible al reproche, al desdén o al desprecio.

No buscó más la unión con el mundo, posición social u honores. No derribó a otros para ensalzarse a él. Se volvió manso, condescendiente, dócil y humilde de corazón, porque había aprendido su lección en la escuela de Cristo.

Hablaba de Jesús y su amor incomparable, y crecía más y más a su imagen. Dedicaba todas sus energías a ganar almas para Cristo.

Cuando le sobrevenían pruebas debido a su abnegada labor por las almas, se inclinaba en oración y aumentaba su amor por ellas.

Su vida estaba escondida con Cristo en Dios, y amaba a Jesús con todo el ardor de su alma. Amaba a cada iglesia; se interesaba en cada miembro de iglesia, pues consideraba que cada alma había sido comprada con la sangre de Cristo."